CUANDO
LA FICCIÓN SE CHOCA CON LA REALIDAD
Vamos a hablar de Bestiario, un libro de Julio Cortázar, pero no del libro en sí sino
de uno de sus ocho cuentos. Me refiero a “Ómnibus”. A mi gusto, uno de los
mejores del libro. La situación ficticia, casi fantástica, propuesta por el
autor, se puede asemejar completamente con un hecho vivido en carne propia por
cualquiera de nosotros.
Para los que no hayan leído el cuento y no
entiendan de lo que hablo, les voy a hacer una breve descripción.
Una señorita llamada Clara, terminaba su
trabajo en Villa del Parque, al retirarse se dirige a la parada de colectivos,
espera el 168. Al subir, notó algo raro. El chofer la miraba, la inspeccionaba,
ella pidió boleto y el hombre seguía con la mirada clavada en su apariencia.
Finalmente le cobra el boleto y ella se dirige a un asiento cercano del fondo.
Esto no significó que el chofer y el guarda que estaba a su lado le sacaran la
vista de encima, la seguían mirando por el espejo retrovisor. Asombrada e incómoda,
se da cuenta de que no eran los únicos en observarla. Todos en el transporte la
miraban, de atrás, de frente, de costado, estos pasajeros tenían una
particularidad, todos tenían un ramo de flores y la única que no contaba con
uno en su mano era Clara. Al tiempo de viaje sube un muchacho, este también sin
ramo de flores, ahora las miradas se dividían, no eran solo para ella sino compartidas
con el muchacho. El viaje continuó así al punto que estos dos “extraños” se
sentaron juntos notando las miradas hacia ellos. En la estación Chacarita se
bajan todas las personas que disponían de un ramo de flores, pero todavía
tenían unas miradas encima, la del guarda y la del chofer. Esto termina cuando
bajan rápidamente del colectivo en la estación Retiro, compran un ramo de flores
para cada uno y continúan sus caminos felices, sin la presión de las miradas
ajenas.
Ahora pensemos, ¿cómo se relaciona esto con
la realidad? Si me preguntás si en tu vida te va a pasar subirte a un
colectivo donde todos tengan un ramo de flores y vos no, y por dicho motivo
seas el bicho raro y te lleves todas las miradas, no, posiblemente no te pase
eso. Pero sí entrar a un lugar donde no encajás y la gente te lo hace notar,
qué incómodo momento cuando las miradas de otros nos queman la nuca…
Un ejemplo de esto se puede ver
en el hecho de ir a bailar, rutina de los adolescentes todos los fines de
semana, grupos y grupos de chicos en boliches de distintas zonas algunos más
top, otros más bajos. ¿Qué nos pasa a los adolescentes cuando vamos a un
boliche nuevo, un boliche de otro barrio, con otros requisitos, con otras
exigencias en cuanto a vestimentas? Yo suelo ir a bailar a Chankanab con mis
amigos, un boliche situado en San Martín, donde podés entrar a bailar con
cualquier corte de pelo, con gorra, con jogging, con remera de un club de fútbol,
básicamente en ese boliche hay de todo. Pero, ¿si nos vamos al otro extremo?
Fuimos a bailar a Apple, boliche “concheto” de Villa Pueyrredón, donde las
exigencias son altas, con determinada ropa no pasás, con determinado corte de
pelo no pasás.
Zygmunt Bauman, sociólogo polaco,
autor de Modernidad líquida, denominó
al hecho de producirse para salir a bailar a un lugar en especial como “seguir
en carrera” y sostiene que “estar
en forma significa tener un cuerpo flexible y adaptado, que implica una
tendencia a ser ‘más’. Todos los que buscan estar en forma solo saben con
certeza que no están suficientemente en forma y que deben seguir esforzándose”.
¿A qué se refiere con estar en forma? Estar
presentable para ese lugar. Para X actividad. Porque mi amigo de Villa Zagala
que no tiene un pantalón de jean como la gente tiene que pedirnos prestada ropa
a nosotros, para estar en óptimas condiciones de acceder a ese lugar sin ser
discriminado por su apariencia. Tener un cuerpo flexible y adaptado es esto, si
no lográs lo que ellos quieren ver en vos, no sos nadie. ¿Y sabés qué pasa? No
te dejan pasar al boliche por un simple “derecho de admisión” que ellos
inventan.
Al hacer la fila con mis amigos,
nos sentíamos mirados, tanto por los patovicas, como por las otras personas
presentes en el lugar. Evidentemente se notaba que éramos “provincianos” y no
éramos de ir mucho por esa zona, o a ese boliche. Nos sentíamos incómodos,
hablábamos entre nosotros. ¿Qué hacemos, nos vamos o nos quedamos? ¿Por qué no
volvemos para San Martín?, dijo uno de mis amigos. Claramente ese no era
nuestro lugar y el entorno nos lo hizo saber de inmediato. ¿Con qué necesidad
alguien le hace sentir a otro que no pertenece a ‘X’ lugar solo por su apariencia?
¿Por qué tenemos que pasar por ese incómodo momento donde las miradas hablan
solas? Nos sentíamos igual o peor que Clara en ese 168 destino a Retiro.
Esto es parte de la nueva
modernidad en la que vivimos, esta “modernidad líquida” como la llamó Bauman, “ser moderno significa
estar eternamente un paso delante de uno mismo. También significa tener una
identidad que solo existe como proyecto inacabado”, asegura el autor. Entonces,
¿estar un paso delante de uno mismo significa vestirse como lo que uno no es?
¿Aparentar lo que uno no quiere, solo para encajar en un lugar?
Esto no es así. No debería
existir la división entre unos y otros, el fin de este lugar (el boliche) es el
mismo en todos los lugares del mundo. Ir a bailar y disfrutar con amigos, por
más que vaya en jogging, musculosa, camisa o jean, puedo desarrollar la
actividad propuesta igual y divertirme de la misma manera. Pero claro, estamos
en una posmodernidad, donde hay valores que rigen a la sociedad y si no te
adaptás a ellos no formás parte… Qué patéticos.
Entonces, todo esto, condiciona
en parte la conducta del adolescente. Si observan detenidamente las redes
sociales, los muros de la mayoría de los
jóvenes pueden apreciar que todos suben fotos similares, vestidos de igual
forma, con el mismo modelo de zapatillas, ya que están a la moda, entonces yo
quiero ser parte de la moda para no ser discriminado. Uno deja de ser quien es
para ser parte de la manada. Disculpen si les parezco un bicho raro, pero yo sigo
saliendo a la calle en shortcito, musculosa y algo discreto en los pies, y con
treinta grados de calor veo a otros pares con bermuda de jean ajustadas, zapatillas
de armatoste. ¿Para qué? Me pregunto yo. La función de la ropa es la misma sea Nike,
Adidas o marca Pirulo. Para Dominique Wolton esto sería un “Consumo” por signo
y no por necesidad. “Los
objetos materiales tienen que ver con una satisfacción de necesidades, los
objetos de consumo con un estilo de vida”.
Si necesitás ropa, no vas a comprarte lo
último en tecnología de ropa, ya que no estarías satisfaciendo una necesidad
sino buscando marcar un estilo de vida. Cuando un amigo dice “necesito ropa
nueva”. Flaco, tenés siete pantalones de jean, ¿para qué querés más? pero como
salieron nuevos y mejores quieren esos que usan en los boliches donde van a
bailar. Estamos, inconcientemente bajo el control de una sociedad que nos
impone ser o aparentar algo para encajar y esto no debería ser así. Uno debe
ser libre, vestirse como quiera sin el temor de que en la calle alguien lo mire
de reojo, sin el temor de que en la escuela hablen y se rían de cómo se viste,
o cómo se corta el pelo. Hay que dejar de preocuparse por el otro y preocuparse
por uno mismo, ser feliz uno, sentirse cómodo con uno mismo y hacer sentir
cómodo al otro, porque al fin y al cabo si a vos te gusta vivir en jogging o
pantalones anchos, es gusto y problema tuyo, no tengo por qué involucrarme en
eso y hacerte sentir mal. Si yo quiero ir a bailar a Apple con un jean común,
zapatillas mediocres y una remera, ¿Quién sos vos para impedírmelo? Dejemos de
juzgar por la apariencia y veamos un poco más en el interior de esa persona,
todos somos un mundo distinto con gustos diferentes. Si esta diversidad de
gustos se respetara, no veríamos tantos mediocres vestidos de igual forma y
haciendo las mismas caras en una foto para ser “bien vistos”. Vivir y dejar
vivir.